Una de las filosofías que Alejandro Marcovich aprendió de sus padres para enriquecerse de cultura fue la de viajar por carretera para absorber de cada pueblo sus costumbres y tradiciones, pues como él lo dice, “es la mejor forma de conocer la magia de cada país”.
Alejandro Marcovich recuerda sus primeras lecciones tras un volante, era el año de 1973 en Argentina, en tiempos donde el peronismo se encontraba en la cima; el músico contaba con apenas 13 años y aquel verano lo pasó en la playa junto a su familia: “Acudimos a Pinamar, una provincia de Buenos Aires. Ese año mi padre consiguió un Land Rover, estaba muy viejito, era de la época de la guerra, de esos fabricados para andar en el desierto con doble tracción. Algo típico de aquella región en esa época era que la mayoría de la gente usaba Jeep Willys, los conseguían usados para meterse por las dunas; la playa en la costa atlántica es muy ancha así que me dio mucha ilusión cuando mi padre consiguió ese vehículo, por tal motivo le pedí que me enseñara a conducir”.
El inicio
Las lecciones de Marcovich en esas vacaciones fueron sobre arena, medanos y a través de prueba y error, lo recuerda con exactitud y con una voz serena. Trastabillea varias palabras antes de armar su siguiente oración para rememorar que en esa localidad la gente era muy tolerante: “A los 13 o 14 años podías conducir, no era legal, pero si lo hacías con precaución nadie decía nada”.
Dos años después de su primera experiencia con aquel Land Rover, Alejandro se mudó a México, a la ciudad de Puebla para ser exactos; su gusto por manejar se incrementó y por eso decidió sacar el permiso para conducir, a partir de ahí, el manejo fue más constante:
“No tenía auto propio pero agarraba el de mi familia de aquí para allá, tuve mi primer choque, pero no fue muy fuerte. Lo interesante es que mi padre siempre me supervisaba. “En alguna ocasión salimos a carretera, me dio la oportunidad de tomar el volante y me dio un consejo el cual siempre he aplicado: manejar a la defensiva, no andar de bravucón, siempre pensar que alguien puede cometer un error, guardar mi distancia y mirar a todos lados”.
Sinergia
Los autos y el exguitarrista de Caifanes siempre han tenido una conexión entrañable; cuando vivió en Argentina sus padres decidieron recorrer todo el país por carretera, desde el norte hasta tierra del fuego y del este hasta Chile cruzando la cordillera, y lo mismo replicó cuando llegó a México: “Mi mamá decía, chicos nos vamos a conocer todos los estados por carretera, recorrimos toda la República Mexicana, conocimos ruinas, arquitectura, artesanía, diferentes tipos de comida, frutas exóticas; el espíritu de mi madre era el de descubrir la cultura de cada rincón de donde vivíamos”.
Los gustos de Alejandro en cuanto a vehículos se refiere son sencillos, con que tengan una cajuela amplia para meter maletas y una guitarra basta. Por sus manos han pasado varios modelos: “Cuando murió mi padre heredé sus dos autos, un Volkswagen Brasilia, al cual a veces se le incendiaba la batería, era un desastre, y un Chevrolet Citation, excelente auto, lo tuve muchos años. Ya casado me compré un Jetta 1996 y después un Honda Fit”.
Tranquilidad
Hoy, a sus 58 años, Alejandro Marcovich ya no maneja debido a que hace ochos años se sometió a una cirugía para extirparle un tumor que tenía alojado en el cerebro: “No hay una prohibición legal en México pero la respeto, ya no tengo auto, aunque me encantaría conducir en carretera. Por el momento uso taxi, el metro o el metrobús, soy un bicho urbano que me traslado en lo que hay; el transporte público es eficiente en la CDMX, eso sí, no en hora pico”, y suelta una carcajada.
Melómano por naturaleza y comunicólogo de profesión. Amo el vino tinto, el mezcal y escribir sobre autos, cine, música, gastronomía, tecnología y todo lo relacionado con estilo de vida.
Soñaba con ser rockstar, pero la vida me llevo por otro camino y aquí me tienen, plasmando con letras varias historias.